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viernes, febrero 19, 2010

La encrucijada de la mujer en la TV

La incorporación activa de la mujer en la sociedad, su participación en la economía, la política y las diversas áreas de la sociedad, aun cuando constituye una especie de toma de poder, no llega a subvertir, ni siquiera a cuestionar el concepto de construcción patriarcal. Las propias instituciones femeninas oficiales, aun cuando activan serios programas en favor de la mujer, no rebasan estos límites. En principio, y ello es un índice fundamental, falta protagonismo político de la mujer en las más disímiles esferas del estado cubano. Y se difunde una imagen contraria a la naturaleza real de la mujer, estimulándose su zona subordinada: la mujer madre, la mujer esposa, la mujer femenina. Se desapropia al ser humano real mujer, para reproducir códigos culturales de sumisión milenaria.

En ocasiones ocurre que, aun teniendo conciencia de la necesidad de violentar viejas conductas, tememos a la reacción social ante patrones que una parte sensible de la sociedad rechaza por prejuicios obsoletos de la moral y las viejas costumbres, pero se hallan presentes en el devenir diario y constituyen vectores de desarrollo en la dinámica de la evolución espiritual y física de la sociedad. Es la televisión el medio por antonomasia para provocar la familiaridad con los mismos, ofreciendo, al menos, respuestas de identidad. Y me pregunto, ¿por qué si no somos una televisión que vive de la publicidad sentimos ese temor a involucrarnos en la necesidad de poner a funcionar estos modelos de ruptura? Pienso que, para aquellas televisoras que dependen, en cierta medida, de la subvención publicitaria, se justifica una lógica en cuanto a la subordinación hacia los gustos generales, puesto que la difusión de patrones que causan rechazo a la mayoría consumidora, les obliga a una postura oportunista en la reproducción de modelos que complazcan la placidez abúlica de una teleaudiencia consumidora. Pero en el caso de una televisión subvencionada por el Estado, lo único que lo explica es el desequilibrio ideológico en relación a la participación, protagónica, no numérica, del género.
Ya es hora de abordar la obra televisiva con profundo sentido humano. Que sus historias se fundamenten en un estudio serio y detallado de la realidad social, de sus entidades sociales en tanto individuos, para encontrarnos en condiciones de entregar a la teleaudiencia patrones tentativos que ofrezcan cierta orientación del cómo ser realizados con la mayor dignidad y vuelo artístico, sin tratar de formatear la moral y la ética ni englobar las individualidades en los mismos.

Se debe enseñar a las personas a ser libres, pero la libertad es un privilegio de seres superiores. Por eso, tampoco creo prudente persistir en la absolutización de la cultura como modo de libertad. Aceptemos que ser culto es el único modo de ser libre, pero es necesario precisar el contenido de la cultura a la que nos referimos, porque no todos los patrones culturales conducen al camino de la liberación y la realización como individuos, que es la vía primigenia para conseguir el salto de la realización social. No se consigue una calidad de evolución global sin la disposición evolutiva de sus partes.

Particularizando esta idea a partir de una exégesis elemental, yo diría que no podemos aspirar a la más mínima libertad cuando, por el mero hecho de no ser vigilados o multados, echamos una lata por la ventanilla del auto o lanzamos al piso el papel de la golosina que vamos a consumir. Una persona que hace esto no se halla apto para la condición de ser libre. De modo que ello nos obliga a entronizar la cultura desde la libertad, una cultura estructurada por seres libres,

que es lo único que garantiza una plataforrma ideológica desprejuiciada, porque, de lo contrario, estaríamos siempre apelando a las bondades de la represión por temor a los peligros de una libertad repentina, tratándose, como bien se percatara nuestro José Martí, de una sociedad educada para la esclavitud.

¿Dónde se halla la clave de la estrategia? En principio, -pienso yo, coincidiendo con el maestro- en el equilibrio de las fuerzas sociales. Pero pienso que las primeras fuerzas que deben equilibrarse son las del género. Porque es de esa unión desde donde nace la vida. Y la vida no debe empezar mal. Por experiencia sabemos que lo que mal empieza, mal acaba.
¿Una cuestión tan medular debe ser resuelta en la televisión? Desde luego que no. La televisión, es ciertamente un poder, pero un poder imaginario. Se hace imprescindible, entonces, el equilibrio de las fuerzas genéricas en el poder real.

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